Noam Chomsky, el
destacado linguista y analista político estadounidense, en un paper titulado: “El control de los medios de comunicación”, detalla el
proceso histórico de manipulación de los medios de comunicación masivos para
formar la opinión pública, exponiendo la verdadera naturaleza de los mismos y
demostrando que la tan manoseada democracia, es sólo una ilusión. A
continuación extractos del artículo:
El propósito de los
medios masivos no es tanto informar sobre lo que sucede, sino más bien dar
forma a la opinión pública de acuerdo a las agendas del poder corporativo
dominante. – Noam Chomsky
Primeros apuntes históricos de
la propaganda
Empecemos con la
primera operación moderna de propaganda llevada a cabo por un gobierno. Ocurrió
bajo el mandato de Woodrow Wilson. Este fue elegido presidente en 1916 como
líder de la plataforma electoral Paz sin victoria, cuando se cruzaba el ecuador
de la Primera Guerra Mundial. La población era muy pacifista y no veía ninguna
razón para involucrarse en una guerra europea; sin embargo, la administración
Wilson había decidido que el país tomaría parte en el conflicto. Había por
tanto que hacer algo para inducir en la sociedad la idea de la obligación de
participar en la guerra.
Y se creó una comisión
de propaganda gubernamental, conocida con el nombre de Comisión Creel, que, en
seis meses, logró convertir una población pacífica en otra histérica y belicista
que quería ir a la guerra y destruir todo lo que oliera a alemán, despedazar a
todos los alemanes, y salvar así al mundo. Se alcanzó un éxito extraordinario
que conduciría a otro mayor todavía: precisamente en aquella época y después de
la guerra se utilizaron las mismas técnicas para avivar lo que se conocía como
Miedo rojo. Ello permitió la destrucción de sindicatos y la eliminación de
problemas tan peligrosos como la libertad de prensa o de pensamiento político.
El poder financiero y empresarial y los medios de comunicación fomentaron y
prestaron un gran apoyo a esta operación, de la que, a su vez, obtuvieron todo
tipo de provechos.
Los medios utilizados
fueron muy amplios. Por ejemplo, se fabricaron montones de atrocidades
supuestamente cometidas por los alemanes, en las que se incluían niños belgas
con los miembros arrancados y todo tipo de cosas horribles que todavía se
pueden leer en los libros de historia, buena parte de lo cual fue inventado
por el Ministerio británico de propaganda, cuyo auténtico propósito en aquel
momento —tal como queda reflejado en sus deliberaciones secretas— era el de
dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo.
La democracia del espectador
Y la verdad es que hay
una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un principio moral del todo
convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las
cosas. Si los individuos trataran de participar en la gestión de los
asuntos que les afectan o interesan, lo único que harían sería solo provocar
líos, por lo que resultaría impropio e inmoral permitir que lo hicieran.
Hay que domesticar al rebaño desconcertado, y no dejarle que brame y pisotee y
destruya las cosas, lo cual viene a encerrar la misma lógica que dice que sería
incorrecto dejar que un niño de tres años cruzara solo la calle. No damos a los
niños de tres años este tipo de libertad porque partimos de la base de que no
saben cómo utilizarla. Por lo mismo, no se da ninguna facilidad para
que los individuos del rebaño desconcertado participen en la acción; solo
causarían problemas. (¿Les suena no garantizar la educación como derecho
y la igualdad de oportunidades?)
Por ello, necesitamos
algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo; algo que viene a ser la
nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los
medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar
divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen que
brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tengan que inculcar
las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita —e
incluso los hombres responsables tienen que darse cuenta de esto ellos solos—
tiene que ver con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para
tomar decisiones. Por supuesto, la forma de obtenerla es
sirviendo a la gente que tiene el poder real, que no es otra que los dueños de
la sociedad, es decir, un grupo bastante reducido.
Si los miembros de la
clase especializada pueden venir y decir: “Puedo ser útil a sus intereses”,
entonces pasan a formar parte del grupo ejecutivo. Y hay que quedarse callado y
portarse bien, lo que significa que han de hacer lo posible para que penetren
en ellos las creencias y doctrinas que servirán a los intereses de los dueños
de la sociedad, de modo que, a menos que puedan ejercer con maestría esta
autoformación, no formarán parte de la clase especializada. Así, tenemos un sistema educacional, de carácter privado,
dirigido a los hombres responsables, a la clase especializada, que han de ser
adoctrinados en profundidad acerca de los valores e intereses del poder real, y
del nexo corporativo que este mantiene con el Estado y lo que ello representa.
Si pueden conseguirlo, podrán pasar a formar parte de la clase especializada.
Al resto del rebaño desconcertado básicamente habrá que distraerlo y hacer que
dirija su atención a cualquier otra cosa. Que nadie se meta en líos. Habrá que
asegurarse que permanecen todos en su función de espectadores de la acción,
liberando su carga de vez en cuando en algún que otro líder de entre los que
tienen a su disposición para elegir.
El Rebaño Desconcertado
Las relaciones
públicas constituyen una industria inmensa que mueve, en la actualidad,
cantidades que oscilan en torno a un billón de dólares al año, y desde siempre
su cometido ha sido el de controlar la opinión pública, que es el mayor peligro
al que se enfrentan las corporaciones. Tal como ocurrió durante la Primera
Guerra Mundial, en la década de 1930 surgieron de nuevo grandes problemas: una
gran depresión unida a una cada vez más numerosa clase obrera en proceso de
organización. En 1935, y gracias a la Ley Wagner, los trabajadores consiguieron
su primera gran victoria legislativa, a saber, el derecho a organizarse de
manera independiente, logro que planteaba dos graves problemas. En primer
lugar, la democracia estaba funcionando bastante mal: el rebaño desconcertado
estaba consiguiendo victorias en el terreno legislativo, y no era ese el modo
en que se suponía que tenían que ir las cosas; el otro problema eran las
posibilidades cada vez mayores del pueblo para organizarse. Los individuos
tienen que estar atomizados, segregados y solos; no puede ser que pretendan
organizarse, porque en ese caso podrían convertirse en algo más que simples
espectadores pasivos.
La primera prueba se
produjo un año más tarde, en 1937, cuando hubo una importante huelga del sector
del acero en Johnstown, al oeste de Pensilvania. Los empresarios pusieron a prueba
una nueva técnica de destrucción de las organizaciones obreras, que resultó ser
muy eficaz. Y sin matones a sueldo que sembraran el terror entre los
trabajadores, algo que ya no resultaba muy práctico, sino por medio de
instrumentos más sutiles y eficientes de propaganda. La cuestión estribaba en la idea de que había que enfrentar a la
gente contra los huelguistas, por los medios que fuera. Se presentó a estos
como destructivos y perjudiciales para el conjunto de la sociedad, y contrarios
a los intereses comunes, que eran los nuestros, los del empresario, el
trabajador o el ama de casa, es decir, todos nosotros.
“Queremos estar unidos
y tener cosas como la armonía y el orgullo de ser americanos, y trabajar
juntos. Pero resulta que estos huelguistas malvados de ahí afuera son
subversivos, arman jaleo, rompen la armonía y atenían contra el orgullo de
América, y hemos de pararles los pies”. El ejecutivo de una empresa y el chico
que limpia los suelos tienen los mismos intereses. Hemos de trabajar todos
juntos y hacerlo por el país y en armonía, con simpatía y cariño los unos por
los otros. Este era, en esencia, el mensaje. Y se hizo un gran esfuerzo para
hacerlo público; después de todo, estamos hablando del poder financiero y
empresarial, es decir, el que controla los medios de información y dispone de
recursos a gran escala, por lo cual funcionó, y de manera muy eficaz. Más
adelante este método se conoció como la fórmula Mohawk VaIley, aunque se le
denominaba también métodos científicos para impedir huelgas. Se aplicó una y
otra vez para romper huelgas.
La mayoría de los
individuos tendrían que sentarse frente al televisor y masticar religiosamente
el mensaje, que no es otro que el que dice que lo único que tiene valor en la
vida es poder consumir cada vez más y mejor y vivir igual que esta familia de
clase media que aparece en la pantalla y exhibir valores como la armonía y el
orgullo patriótico. La vida consiste en esto. Puede que usted piense que
ha de haber algo más, pero en el momento en que se da cuenta que está solo,
viendo la televisión, da por sentado que esto es todo lo que existe ahí afuera,
y que es una locura pensar en que haya otra cosa. Y desde el momento en que
está prohibido organizarse, lo que es totalmente decisivo, nunca se está en
condiciones de averiguar si realmente está uno loco o simplemente se da todo
por bueno, que es lo más lógico que se puede hacer.
Así pues, este es el
ideal, para alcanzar el cual se han desplegado grandes esfuerzos. Y es evidente
que detrás de él hay una cierta concepción: la de democracia, tal como ya se ha
dicho. El rebaño desconcertado es un problema. Hay que evitar que brame y
pisotee, y para ello habrá que distraerlo. Será cuestión de conseguir que los
sujetos que lo forman se queden en casa viendo partidos de fútbol, culebrones o
películas violentas, aunque de vez en cuando se les saque del sopor y se les
convoque a corear eslóganes sin sentido. Hay que hacer que conserven un
miedo permanente, porque a menos que estén debidamente atemorizados por todos
los posibles males que pueden destruirles, desde dentro o desde fuera, podrían
empezar a pensar por sí mismos, lo cual es muy peligroso ya que no tienen la
capacidad de hacerlo. Por ello es importante distraerles y marginarles.
Fabricación de la opinión
El rebaño
desconcertado nunca acaba de estar debidamente domesticado: es una batalla
permanente. En la década de 1930 surgió otra vez, pero se pudo sofocar el movimiento.
En los años sesenta apareció una nueva ola de disidencia, a la cual la clase
especializada le puso el nombre de crisis de la democracia. Se consideraba que
la democracia estaba entrando en una crisis porque amplios segmentos de la
población se estaban organizando de manera activa y estaban intentando
participar en la arena política. El conjunto de élites coincidían en que había
que aplastar el renacimiento democrático de los sesenta y poner en marcha un
sistema social en el que los recursos se canalizaran hacia las clases
acaudaladas privilegiadas.
Y aquí hemos de volver
a las dos concepciones de democracia que hemos mencionado en párrafos
anteriores. Según la definición del diccionario, lo anterior constituye un
avance en democracia; según el criterio predominante, es un problema, una
crisis que ha de ser vencida. Había que obligar a la población a que
retrocediera y volviera a la apatía, la obediencia y la pasividad, que conforman
su estado natural, para lo cual se hicieron grandes esfuerzos, si bien no
funcionó. Afortunadamente, la crisis de la democracia todavía está vivita y
coleando, aunque no ha resultado muy eficaz a la hora de conseguir un cambio
político. Pero, contrariamente a lo que mucha gente cree, sí ha dado resultados
en lo que se refiere al cambio de la opinión pública.
Cuando se trata de
construir un monstruo fantástico siempre se produce una ofensiva ideológica,
seguida de campañas para aniquilarlo. No se puede atacar si el
adversario es capaz de defenderse: sería demasiado peligroso. Pero si se tiene
la seguridad de que se le puede vencer, quizá se le consiga despachar rápido y
lanzar así otro suspiro de alivio.
¿Democracia?
Démonos cuenta de que
todo esto no es tan distinto de lo que hacía la Comisión Creel cuando convirtió
a una población pacífica en una masa histérica y delirante que quería matar a
todos los alemanes para protegerse a sí misma de aquellos bárbaros que
descuartizaban a los niños belgas. Quizás en la actualidad las técnicas son más
sofisticadas, por la televisión y las grandes inversiones económicas, pero en
el fondo viene a ser lo mismo de siempre.
Creo que la cuestión
central, volviendo a mi comentario original, no es simplemente la manipulación
informativa, sino algo de dimensiones mucho mayores. Se trata de si queremos vivir en una sociedad libre o bajo lo que
viene a ser una forma de totalitarismo autoimpuesto, en el que el rebaño
desconcertado se encuentra, además, marginado, dirigido, amedrentado,
sometido a la repetición inconsciente de eslóganes patrióticos, e imbuido de un
temor reverencial hacia el líder que le salva de la destrucción. Parece que la
única alternativa esté en servir a un estado mercenario ejecutor, con la
esperanza añadida de que otros vayan a pagamos el favor de que les estemos
destrozando el mundo. Estas son las opciones a las que hay que hacer frente. Y
la respuesta a estas cuestiones está en gran medida, en manos de gente como
ustedes y yo.
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