Entrevista a Samir Amin
Anne Marie Mergier, Proceso
Al llamado de Washington de que el
mundo forme un frente común contra el terrorismo se contrapone otra opción: un
movimiento mundial de oposición a la globalización. Samir Amin, economista
egipcio en cuyo currículum figuran cuatro décadas radiografiando el
imperialismo, critica a los líderes occidentales, creadores, por su
incomprensión, del islamismo político que ahora los empavorece.
No
es un frente unido contra el terrorismo lo que el mundo necesita. Ese frente
sólo generará más y más terrorismo. La única manera de impedir actos violentos,
ciegos y desesperados es constituir un frente unido contra la injusticia social
internacional y contra la guerra, señala Samir Amin.
Agrega: Ésa es la meta del movimiento
mundial de oposición a la globalización neoliberal. Su movilización es un
obstáculo para los planes hegemónicos de Estados Unidos y lo convierte en
blanco principal de esa llamada coalición internacional contra el 'terrorismo'.
Hay que ser lúcidos: esa cruzada contra el terrorismo encabezada por George W.
Bush es una coartada para acabar con ese movimiento.
Samir Amin parece burlarse del paso
del tiempo y de sus 70 años. Impresiona su dinamismo. Economista egipcio
egresado de la Sorbona, es autor o coautor de decenas de libros traducidos en
numerosos idiomas, 24 de los cuales están disponibles en español. Considerado
como uno de los más agudos analistas de las problemáticas económicas y políticas
del Continente Africano y del desarrollo en el Tercer Mundo, Amin lleva también
cuatro décadas radiografiando el capitalismo y el imperialismo, tema del ensayo
de 300 páginas que se apresta a publicar.
De 1957 a 1960, Amin trabajó en la
Administración Egipcia de Desarrollo Económico. En los tres años siguientes fue
consejero del gobierno de Malí y luego catedrático en universidades francesas y
de Senegal. En 1970 dirigió el Instituto Africano de Desarrollo Económico y de
Planeación, al tiempo que encabezó el Foro del Tercer Mundo. Hoy preside el
Foro Mundial de las Alternativas.
Pilar del movimiento internacional de
oposición al neoliberalismo, Amin —quien con la organización francesa Attac y
distintos movimientos brasileños impulsó la celebración del Primer Foro Social Mundial de Porto Alegre— reconoce que su vida es un
tanto agitada: cuando no viaja por el mundo corriendo de conferencias a
cumbres, comparte su tiempo entre El Cairo, su ciudad natal, Dakar (Senegal),
sede del Foro Mundial de las Alternativas, y París.
Al recibir a la corresponsal en el
estudio lleno de libros de su apartamento parisino, informa que acaba de llegar
de Shengen (Bélgica), donde participó durante una semana en una reunión
internacional de preparación del Segundo Foro Social Mundial, y que se apresta
a ir a Porto Alegre para ese encuentro que califica de capital en el terrible
contexto actual.
Mientras hablamos, el teléfono suena
más de una vez. Amin guarda la calma. En realidad, solamente la pierde cuando
toca el tema de Estados Unidos, sobre todo el de la cruzada antiterrorista de
Bush y la forma en que los medios de comunicación occidentales la reseñan.
Según estos medios, la aparición de
movimientos políticos que se reclaman del Islam sólo refleja el atraso cultural
y político de pueblos incapaces de entender otro lenguaje que el de su
oscurantismo atávico. Al igual que los líderes occidentales, los analistas de
esos medios no ven, no quieren ver, que el surgimiento de esos movimientos es
en realidad la expresión de una revuelta violenta contra los efectos
destructivos del liberalismo y la modernidad inacabada, truncada y engañadora
que genera. Es una revuelta perfectamente legítima contra un sistema que nada
tiene qué ofrecer a esos pueblos.
- Me extraña: usted
parece justificar la violencia de los fundamentalistas o los integristas
islámicos...
-
No justifico nada. Usted sabe muy bien que he pasado mi vida oponiéndome a
ellos. Contextualizo el problema. Es distinto. Ahora bien, antes de seguir, hay
un punto que me urge aclarar: los términos integristas
y fundamentalistas son términos absolutamente erróneos manejados
exclusivamente por Occidente. En los países árabes nadie los usa, porque el
discurso islámico que pretende ofrecer una alternativa a la modernidad
capitalista no tiene fundamento teológico alguno. Es meramente político. Es una
manifestación política del sentimiento religioso de los pueblos musulmanes. Por
eso hablamos de islamismo político y no de fundamentalismo o integrismo. Más
grave: los occidentales, y en primer lugar Estados Unidos, participaron
activamente en la instrumentalización de ese islamismo.
- ¿Podría ser un poco más
explícito?
-
El Islam político es producto del fracaso de dos grandes corrientes que fueron
muy activas en el tercer mundo, en particular Asia y África, durante buena
parte del siglo 20... No me gusta el término fracaso. Sería más exacto hablar
de imposibilidad de rebasar ciertos límites.
- ¿Cuáles eran esas
corrientes?
Por
un lado, la de la burguesía liberal. Se trataba de una burguesía modernista, no
muy democrática, convencida de que podía integrarse a la globalización
capitalista, que no Nació ayer, y que pensaba poder hacerlo negociando los
términos de esa integración en el marco de una cierta interdependencia.
Acariciaba la ilusión de no tener que obedecer como simple agente de la
colonización. No lo logró. Y tuvo que someterse a la voluntad imperialista.
La
segunda corriente es lo que llamo el 'nacionalismo populista', cuya primera
manifestación fue, a mi juicio, la Revolución Mexicana. Esa corriente se oponía
al imperialismo y a la burguesía local. No era forzosamente socialista en el
sentido soviético de la palabra, pero su ideología tenía un fuerte contenido
social.
En
los países árabes esa corriente se manifestó mediante el nasserismo en Egipto,
el baasismo en Irak y Siria, el régimen de Boumediene en Argelia, etcétera...
Tampoco esa corriente prosperó. No fracasó del todo porque generó grandes
transformaciones en las sociedades, pero no logró su cometido. El hecho de que
se agotaran esas dos corrientes concomitantes y sucesivas, a menudo
antagónicas, creó un gran vacío que el islamismo no tardó en llenar.
- ¿Cuáles eran las
relaciones de esas corrientes con el Islam?
En
los Estados dirigidos por la burguesía liberal o el nacionalismo populista, los
gobiernos desconfiaban del Islam. No se trataba de Estados laicos, el Islam
figuraba en la constitución como religión de Estado, pero los gobernantes lo
apartaban de la política. Cuando sus respectivos proyectos se colapsaron, el
islamismo tomó la revancha. Manipuló en forma bastante burda el sentido
religioso de amplias capas de la población y empezó a adquirir cada vez más
audiencia.
Ese
fenómeno se agudizó en los 20 últimos años, con la irrupción brutal del
neoliberalismo, que acabó con todos los beneficios que las capas inferiores de
la burguesía mediana habían podido sacar del nacional populismo. Ésas son las
razones 'internas' del surgimiento del islamismo político en los países árabes
y musulmanes. Pero no hay que subestimar el papel que jugó la intervención
externa.
La influencia
estadunidense
-
¿Es decir?
Desde
su nacimiento, el islamismo político se enmarcó perfectamente bien en el plan
del hegemonismo estadunidense. No cuestionaba el capitalismo, hoy no cuestiona
el neoliberalismo. En su discurso no critica la globalización económica, sólo
ataca la cultural. No analiza las contradicciones sociales ni pretende luchar
contra ellas. Encierra a la gente en el comunitarismo, la sumisión y la
pasividad.
- Usted quiere decir que
Estados Unidos asistió complacido al surgimiento del islamismo político.
-
No se limitó a eso. En cuanto percibió las primicias de ese islamismo, Estados
Unidos entró en el juego y empezó a sacar provecho del asunto. Una vez más hay
que volver a la historia. En 1955 se celebró la Conferencia de Bandung, un
acontecimiento importantísimo que afirmaba la solidaridad antiimperialista de
los pueblos de Asia y África. Eso provocó pánico en Washington. Tres años
después se creó el Congreso Islámico Mundial.
- ¿Quién lo creó?
Arabia
Saudita y Paquistán financiaron todo. Pero detrás de ellos se encontraba
Estados Unidos. Cuando se enteró de eso, Nasser se enfureció. Todavía lo
recuerdo gritando: ¿Qué es ese Congreso Islámico Mundial? ¿Quién lo necesita si
ya tenemos la Conferencia de Bandung? ¡Es un golpe de los norteamericanos!
Nasser no dijo es un golpe de los paquistaníes o de los sauditas. Dijo de los
norteamericanos. Entendió de inmediato que Washington buscaba romper la unidad
y la solidaridad asiático-africana...
- Por eso, al principio
usted hablaba de la instrumentalización del islamismo por Estados Unidos
-
Por supuesto. Lleva 40 años en eso. Lo sé de sobra. Lo experimenté. Cada vez
que nosotros, los adversarios del islamismo político, nos hemos lanzado en su
contra, nos topamos con los occidentales, sobre todo con los estadunidenses. A
lo largo de las últimas décadas, Occidente en general, y esencialmente Estados
Unidos, han estado apoyando ese islamismo. Movilizaron millones de dólares para
hacerlo. Gracias a la ayuda de Estados Unidos, de sus aliados de Arabia Saudita
y de los Emiratos Árabes, el islamismo político pudo dotarse de escuelas y
centros médicos y de ayuda a los más desfavorecidos, lo que le permiten contar
ahora con una importante base social. ¿Quiere un ejemplo entre miles? ¿A su
juicio quién recibe 90% de la ayuda que Washington otorga a Egipto? Pues las
organizaciones islamitas de ese país...
- ¿Aun ahora?
Aun
ahora.
Pero no pasa un día sin
que las autoridades norteamericanas denuncien a esas organizaciones caritativas
islámicas como peligrosos caldos de cultivo del terrorismo...
-
Todo eso es mentira, hipocresía pura. En las últimas décadas Estados Unidos
apoyó financieramente, ya sea directamente, ya sea mediante Arabia Saudita y
los Emiratos, a miles de islamitas. Los protegió diplomática y políticamente.
Los entrenó. Los organizó. Los formó para ser terroristas. Por supuesto, no
para ser terroristas contra Estados Unidos, sino contra la izquierda de los países
árabes y contra los regímenes moderados de estos países.
¿Cuál
es el objetivo del terrorismo en Egipto? Debilitar al gobierno de Mubarak, del
que disto de ser partidario, y obligarlo a arrodillarse más ante Estados Unidos
e Israel. ¿Cuál es el objetivo del terrorismo en Argelia? Impedir la
cristalización de una fuerza democrática que podría ser una auténtica
alternativa a la dictadura corrompida de los generales del exFLN (Frente de
Liberación Nacional). El principal apoyo que reciben los grupos islamitas
armados argelinos viene de Estados Unidos.
¿Usted
recuerda el primer atentado contra el World Trade Center en 1993? Entre los
acusados se encontraban egipcios que habían logrado obtener su residencia en 48
horas ¡Un récord! Lograron escapar de los servicios de inteligencia
estadunidenses y regresaron a Egipto. La policía los detuvo en el aeropuerto y
los devolvió a Estados Unidos. Un poco más tarde, la prensa egipcia publicó la
carta que había enviado el jefe de la policía a las autoridades estadunidenses.
En sustancia, esa carta decía: 'Les devolvemos a sus agentes, que habíamos
identificado como terroristas desde hace tiempo. Les pertenecen. A ustedes les
toca juzgarlos'. ¡Más claro no canta un gallo!
Repito:
desde la creación del Congreso Islámico Mundial, Estados Unidos no ha dejado de
apoyar al islamismo político, ya sea abiertamente, ya sea a través de la CIA.
Es un hecho comprobado. Allí está la historia de Osama Bin Laden. Es
arquetípica. Washington no actuó de esa forma solamente en el marco de la
Guerra Fría, como lo afirman quienes buscan minimizar la responsabilidad
norteamericana en ese asunto.
- No se puede negar que
hasta el derrumbe de la Unión Soviética esa dimensión de la Guerra Fría tuvo su
importancia en la estrategia estadunidense.
-
No lo niego, pero fue sólo una dimensión del problema. Al instrumentalizar el
islamismo, Estados Unidos buscó contrarrestar cualquier movimiento de
liberación nacional, pero también cualquier gobierno burgués liberal y, por
supuesto, nacional populista. Hay que recalcar esa complicidad que existe desde
hace décadas entre el imperialismo estadunidense y el islamismo político
ultrarreaccionario.
Fines ocultos
- ¿Cómo explica entonces
los atentados del 11 de septiembre?
Mientras
no tengamos los documentos desclasificados de la CIA —¿los tendremos algún
día?— es imposible explicarlos. Sólo podemos hacer hipótesis. Fíjese, en
numerosos países árabes y de África se maneja, tanto en la clase política e
intelectual como en la prensa seria, no la amarillista, una tesis que es
absolutamente tabú en Occidente: la de un posible papel de la CIA o del Mossad
(servicios de inteligencia israelí) en ese asunto ¡Cuidado! No se sugiere que
uno de esos servicios secretos organizó los atentados, pero que quizá, de una
forma u otra, estaba al tanto de que algo se preparaba, sin medir la
naturaleza, la amplitud y las terribles consecuencias de ese algo, y que
decidió no intervenir... Hay otra tesis, tabú también en Occidente, que alude a
una posible complicidad estadunidense, ya sea en los servicios de inteligencia,
ya sea en el aparato militar de Estados Unidos...
- Si menciona esas tesis
es que no las descarta del todo, que no le parecen tan descabelladas...
-
Me dejan pensativo. Estados Unidos tiene una estrategia hegemónica sistemática.
Primero define metas geoestratégicas y después se las arregla para encontrar
una situación que le permita echar a andar su proyecto. Recuerde lo que pasó
justo antes de la Guerra del Golfo. Sadam Hussein habló con la embajadora de
Estados Unidos y le dijo que ya no podía más con Kuwait, que le robaba su
petróleo. Le anunció que se aprestaba a invadir militarmente a ese país. La
embajadora le pidió 48 horas. Dos días después volvieron a hablar. La
embajadora explicó a Hussein que ningún tratado de ayuda mutua ligaba a Estados
Unidos y Kuwait. Hussein supuso que la embajadora había consultado con
Washington e invadió Kuwait. Cayó en la trampa.
- Entonces usted no
descarta alguna maquinación...
-
Finalmente, ¿qué importancia tiene que descarte o no una u otra hipótesis?
¿Quién sabe quién está detrás de los atentados del 11 de septiembre? El hecho
es que Estados Unidos tomó de inmediato esa oportunidad para lanzarse a la
guerra de Asia Central.
- ¿Quiere decir de
Afganistán?
-
No. No me equivoqué. Es adrede que digo guerra de Asia Central. En los últimos
10 años, destacados expertos estadunidenses han publicado un sinnúmero de
libros e informes para explicar que Estados Unidos debe tomar el control de la
Asia Central exsoviética y del Cáucaso. Según algunos, resulta imperativo
hacerlo para apoderarse del petróleo y del gas del Mar Caspio. Para otros,
entre ellos muchos militares, implantarse en forma duradera en el corazón de
Eurasia es clave porque permitirá a Estados Unidos atenazar a tres países
importantes: Rusia, China e India. Los dos últimos, y quizá mañana Rusia, si
logra salir del caos en el que se encuentra, tienen la capacidad de resistirse
a la globalización transnacional que Washington pretende imponer en el planeta.
Eso obstaculiza los planes estadunidenses.
Controlar
el petróleo y el gas de Asia Central no es sólo rentable económicamente, puede
resultar un arma de presión poderosa. China e India necesitan esos energéticos,
dependen cada vez más de ellos. Si se muestran demasiado recalcitrantes o
independientes, Washington cerrará las llaves del gas y del petróleo...
Al
consolidar su implantación en la región, Estados Unidos podrá, además, sembrar
cizaña entre China y Rusia o India y China, para evitar un eventual acercamiento
estratégico entre esos países.
- Esa presencia
estadunidense en Eurasia parece inquietar mucho a Irán...
Le
sobran razones a Irán para angustiarse, porque se siente cercado. Una vez
instalado en Asia Central, Estados Unidos podrá también acorralar aún más a
Irak y presionar más a Siria y Egipto. Esa perspectiva llena de satisfacción a
Israel.
El imperialismo colectivo
En su libro El
hegemonismo de Estados Unidos y el desvanecimiento del proyecto europeo,
publicado hace dos años en Francia y el año pasado en España, usted explica
que, con la Guerra del Golfo, Estados Unidos inauguró una tercera fase de
conquista imperialista del planeta...
La
primera se dio en los siglos 17 y 18, con la conquista de América y la trata de
negros. La segunda se desarrolló en el siglo 19, con la conquista de África y
Asia. Después hubo una contraofensiva de los pueblos: independencia americana,
revolución de los esclavos haitianos, grandes movimientos de liberación
nacional en Asia y África... Ahora estamos entrando en la tercera fase, a la
que defino como el imperialismo colectivo de la triada.
- ¿Estados Unidos, Europa
y Japón?
Exactamente.
Hoy va imponiendo su ley el capital transnacional y multinacional
estadunidense, europeo y japonés, que a veces puede tener divergencias
mercantiles, pero que comparte intereses comunes frente al Sur. Ese
imperialismo de la triada necesita una punta de lanza para seguir imponiéndose:
es el papel que asume el hegemonismo estadunidense. Sin la fuerza militar de
Estados Unidos, el imperialismo de la triada no puede avanzar. Traté brevemente
el asunto en el libro que usted menciona y es el tema central del que acabo de
terminar.
- ¿Podría sintetizar su
tesis?
El
periodo que siguió a la Segunda Guerra Mundial (1945-1980) se caracterizó por
la hegemonía de la izquierda. Eso se debió tanto a la doble derrota del
fascismo y del viejo colonialismo como a la victoria de la Unión Soviética. Se
crearon sistemas de regulación social: el welfare state en el mundo occidental,
el sistema soviético y las distintas variantes nacional-populistas en el Sur.
Ese capítulo de la historia ya se acabó. Las fuerzas que animaron esa etapa se
erosionaron. Su ocaso creó las condiciones para una ofensiva de la derecha. El
momento histórico que vivimos hoy es el del hegemonismo de la derecha, una
derecha brutal que moviliza todos los medios políticos y militares a su alcance
para imponer un nuevo orden económico y social.
Samir Amin reflexiona
unos segundos.
Ciertamente,
eso no es nuevo. Ya se dieron casos similares en la historia. Los últimos en
intentar imponer con la fuerza sus proyectos de 'nuevo orden' fueron la
Alemania de Hitler y el Japón imperial. Se toparon con la resistencia de los
pueblos y con otros imperialismos que aspiraban a la hegemonía. Después de la
Segunda Guerra Mundial, la existencia misma de la URSS obligó a Estados Unidos
a limitar sus ambiciones. Lo que resulta nuevo y sumamente peligroso hoy es que
Estados Unidos, que domina la triada, considera que ya no debe rendir cuentas a
nadie.
De
una pila de libros saca "El choque
de las civilizaciones", de Samuel Huntington. Es un libro muy
revelador, dice mientras lo hojea.
La
tesis de este hombre, que no es un universitario independiente, sino un
funcionario al servicio del stablishment estadunidense,
me recuerda "Mi lucha", de
Hitler...
- ¿Lo oí bien?
Sí.
Me oyó bien. Recurrir al racismo es ahora el medio que el bloque de la triada
imperialista decidió usar para consolidarse: los civilizados están amenazados
por los bárbaros (todos los pueblos de Asia y África, y quizá potencialmente
los rusos). En ese sentido, la temática de El choque de las civilizaciones me
hace pensar en Mi lucha. En ambos casos se acude a la misma lógica trivial: los
pueblos superiores (ayer los nazis, hoy los estadunidenses y los europeos)
tienen el derecho de someter a los pueblos salvajes a su dictadura. Los pueblos
superiores sólo pueden seguir gozando sus modos de vida privando a los demás de
cualquier esperanza de compartir sus ventajas. Es la lógica simple de un
racismo fundamental que se expresa con toda la vulgaridad de la que son capaces
Bush o Silvio Berlusconi. Mi lucha también fue un libro trivial y vulgar. De
allí sacó gran parte de su fuerza.
- Es una comparación
violenta.
No
es mi comparación la que es violenta, sino el contenido de ese libro y la
ideología republicana estadunidense, compartida o tolerada por los europeos,
que son violentos. Para lograr su cometido, los dirigentes del bloque
occidental piensan que no basta ese llamado descarado al racismo. Consideran,
además, que es urgente amordazar los movimientos sociales y políticos de
resistencia que se van consolidando en el seno mismo del Occidente civilizado.
La lucha contra el terrorismo les dio un pretexto de oro para hacerlo. Ya se
asiste al renacimiento del macartismo en Estados Unidos. Y en Europa las
medidas muy antidemocráticas tomadas contra el terrorismo pronto van a
revertirse contra la oposición al modelo neoliberal. Se empieza a satanizar a
la corriente antiglobalización. Se hacen amalgamas perversas entre la violencia
de los enfrentamientos entre manifestantes antiglobalización y policías y los
operativos terroristas... Berlusconi es un experto en ese campo. Pero no es el
único.
Me
imagino que el tema será ampliamente debatido en el Segundo Foro Social
Mundial, que empezará a finales de enero en Porto Alegre.
Por
supuesto. La estrategia de construcción de un frente internacional de los
pueblos contra el proyecto de la triada y el hegemonismo norteamericano exige
que el combate sea sistemático, a la vez contra el liberalismo económico y
contra la guerra. Para nosotros resulta evidente que la globalización
neoliberal y la militarización de esa forma de globalización se han vuelto
inseparables.
No
se puede luchar solamente contra una u otra dimensión del liberalismo económico
en los centros del sistema (Estados Unidos o Europa) y pasar por alto las
intervenciones militares en las periferias. Esas intervenciones no responden a
una lógica independiente; por el contrario, son parte integrante del despliegue
de la economía liberal.
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