Entrevista
a Samir Amin
25 de enero de
2002
Anne Marie
Mergier, Proceso
Al
llamado de Washington de que el mundo forme un frente común contra el
terrorismo se contrapone otra opción: un movimiento mundial de oposición a la globalización.
Samir Amin, economista egipcio en cuyo currículum figuran cuatro décadas
radiografiando el imperialismo, critica a los líderes occidentales, creadores,
por su incomprensión, del islamismo político que ahora los empavorece.
No es un frente unido contra el
terrorismo lo que el mundo necesita. Ese frente sólo generará más y más
terrorismo. La única manera de impedir actos violentos, ciegos y desesperados
es constituir un frente unido contra la injusticia social internacional y
contra la guerra, señala Samir Amin.
Agrega:
Ésa es la meta del movimiento mundial de oposición a la globalización
neoliberal. Su movilización es un obstáculo para los planes hegemónicos de
Estados Unidos y lo convierte en blanco principal de esa llamada coalición
internacional contra el 'terrorismo'. Hay que ser lúcidos: esa cruzada contra
el terrorismo encabezada por George W. Bush es una coartada para acabar con ese
movimiento.
Samir
Amin parece burlarse del paso del tiempo y de sus 70 años. Impresiona su
dinamismo. Economista egipcio egresado de la Sorbona, es autor o coautor de
decenas de libros traducidos en numerosos idiomas, 24 de los cuales están
disponibles en español. Considerado como uno de los más agudos analistas de las
problemáticas económicas y políticas del Continente Africano y del desarrollo
en el Tercer Mundo, Amin lleva también cuatro décadas radiografiando el
capitalismo y el imperialismo, tema del ensayo de 300 páginas que se apresta a
publicar.
De
1957 a 1960, Amin trabajó en la Administración Egipcia de Desarrollo Económico.
En los tres años siguientes fue consejero del gobierno de Malí y luego
catedrático en universidades francesas y de Senegal. En 1970 dirigió el
Instituto Africano de Desarrollo Económico y de Planeación, al tiempo que
encabezó el Foro del Tercer Mundo. Hoy preside el Foro Mundial de las
Alternativas.
Pilar
del movimiento internacional de oposición al neoliberalismo, Amin —quien con la
organización francesa Attac y distintos movimientos brasileños impulsó la
celebración del Primer
Foro Social Mundial de Porto Alegre— reconoce que su vida es un tanto agitada:
cuando no viaja por el mundo corriendo de conferencias a cumbres, comparte su
tiempo entre El Cairo, su ciudad natal, Dakar (Senegal), sede del Foro Mundial
de las Alternativas, y París.
Al
recibir a la corresponsal en el estudio lleno de libros de su apartamento
parisino, informa que acaba de llegar de Shengen (Bélgica), donde participó
durante una semana en una reunión internacional de preparación del Segundo Foro
Social Mundial, y que se apresta a ir a Porto Alegre para ese encuentro que
califica de capital en el terrible contexto actual.
Mientras
hablamos, el teléfono suena más de una vez. Amin guarda la calma. En realidad,
solamente la pierde cuando toca el tema de Estados Unidos, sobre todo el de la
cruzada antiterrorista de Bush y la forma en que los medios de comunicación
occidentales la reseñan.
Según
estos medios, la aparición de movimientos políticos que se reclaman del Islam
sólo refleja el atraso cultural y político de pueblos incapaces de entender
otro lenguaje que el de su oscurantismo atávico. Al igual que los líderes
occidentales, los analistas de esos medios no ven, no quieren ver, que el
surgimiento de esos movimientos es en realidad la expresión de una revuelta
violenta contra los efectos destructivos del liberalismo y la modernidad
inacabada, truncada y engañadora que genera. Es una revuelta perfectamente
legítima contra un sistema que nada tiene qué ofrecer a esos pueblos.
-
Me extraña: usted parece justificar la violencia de los fundamentalistas o los
integristas islámicos...
- No justifico
nada. Usted sabe muy bien que he pasado mi vida oponiéndome a ellos.
Contextualizo el problema. Es distinto. Ahora bien, antes de seguir, hay un
punto que me urge aclarar: los términos integristas
y fundamentalistas son términos absolutamente erróneos manejados
exclusivamente por Occidente. En los países árabes nadie los usa, porque el
discurso islámico que pretende ofrecer una alternativa a la modernidad
capitalista no tiene fundamento teológico alguno. Es meramente político. Es una
manifestación política del sentimiento religioso de los pueblos musulmanes. Por
eso hablamos de islamismo político y no de fundamentalismo o integrismo. Más
grave: los occidentales, y en primer lugar Estados Unidos, participaron
activamente en la instrumentalización de ese islamismo.
-
¿Podría ser un poco más explícito?
- El Islam
político es producto del fracaso de dos grandes corrientes que fueron muy
activas en el tercer mundo, en particular Asia y África, durante buena parte
del siglo 20... No me gusta el término fracaso. Sería más exacto hablar de
imposibilidad de rebasar ciertos límites.
- ¿Cuáles
eran esas corrientes?
Por un lado,
la de la burguesía liberal. Se trataba de una burguesía modernista, no muy
democrática, convencida de que podía integrarse a la globalización capitalista,
que no Nació ayer, y que pensaba poder hacerlo negociando los términos de esa
integración en el marco de una cierta interdependencia. Acariciaba la ilusión
de no tener que obedecer como simple agente de la colonización. No lo logró. Y
tuvo que someterse a la voluntad imperialista.
La segunda
corriente es lo que llamo el 'nacionalismo populista', cuya primera
manifestación fue, a mi juicio, la Revolución Mexicana. Esa corriente se oponía
al imperialismo y a la burguesía local. No era forzosamente socialista en el
sentido soviético de la palabra, pero su ideología tenía un fuerte contenido
social.
En los países
árabes esa corriente se manifestó mediante el nasserismo en Egipto, el baasismo
en Irak y Siria, el régimen de Boumediene en Argelia, etcétera... Tampoco esa
corriente prosperó. No fracasó del todo porque generó grandes transformaciones
en las sociedades, pero no logró su cometido. El hecho de que se agotaran esas
dos corrientes concomitantes y sucesivas, a menudo antagónicas, creó un gran
vacío que el islamismo no tardó en llenar.
-
¿Cuáles eran las relaciones de esas corrientes con el Islam?
En los Estados
dirigidos por la burguesía liberal o el nacionalismo populista, los gobiernos
desconfiaban del Islam. No se trataba de Estados laicos, el Islam figuraba en
la constitución como religión de Estado, pero los gobernantes lo apartaban de
la política. Cuando sus respectivos proyectos se colapsaron, el islamismo tomó
la revancha. Manipuló en forma bastante burda el sentido religioso de amplias
capas de la población y empezó a adquirir cada vez más audiencia.
Ese fenómeno
se agudizó en los 20 últimos años, con la irrupción brutal del neoliberalismo,
que acabó con todos los beneficios que las capas inferiores de la burguesía
mediana habían podido sacar del nacional populismo. Ésas son las razones
'internas' del surgimiento del islamismo político en los países árabes y
musulmanes. Pero no hay que subestimar el papel que jugó la intervención
externa.
La
influencia estadunidense
- ¿Es decir?
Desde su
nacimiento, el islamismo político se enmarcó perfectamente bien en el plan del
hegemonismo estadunidense. No cuestionaba el capitalismo, hoy no cuestiona el
neoliberalismo. En su discurso no critica la globalización económica, sólo
ataca la cultural. No analiza las contradicciones sociales ni pretende luchar
contra ellas. Encierra a la gente en el comunitarismo, la sumisión y la
pasividad.
-
Usted quiere decir que Estados Unidos asistió complacido al surgimiento del
islamismo político.
- No se limitó
a eso. En cuanto percibió las primicias de ese islamismo, Estados Unidos entró
en el juego y empezó a sacar provecho del asunto. Una vez más hay que volver a
la historia. En 1955 se celebró la Conferencia de Bandung, un acontecimiento
importantísimo que afirmaba la solidaridad antiimperialista de los pueblos de
Asia y África. Eso provocó pánico en Washington. Tres años después se creó el
Congreso Islámico Mundial.
-
¿Quién lo creó?
Arabia Saudita
y Paquistán financiaron todo. Pero detrás de ellos se encontraba Estados
Unidos. Cuando se enteró de eso, Nasser se enfureció. Todavía lo recuerdo
gritando: ¿Qué es ese Congreso Islámico Mundial? ¿Quién lo necesita si ya tenemos
la Conferencia de Bandung? ¡Es un golpe de los norteamericanos! Nasser no dijo
es un golpe de los paquistaníes o de los sauditas. Dijo de los norteamericanos.
Entendió de inmediato que Washington buscaba romper la unidad y la solidaridad
asiático-africana...
-
Por eso, al principio usted hablaba de la instrumentalización del islamismo por
Estados Unidos
- Por
supuesto. Lleva 40 años en eso. Lo sé de sobra. Lo experimenté. Cada vez que
nosotros, los adversarios del islamismo político, nos hemos lanzado en su
contra, nos topamos con los occidentales, sobre todo con los estadunidenses. A
lo largo de las últimas décadas, Occidente en general, y esencialmente Estados
Unidos, han estado apoyando ese islamismo. Movilizaron millones de dólares para
hacerlo. Gracias a la ayuda de Estados Unidos, de sus aliados de Arabia Saudita
y de los Emiratos Árabes, el islamismo político pudo dotarse de escuelas y
centros médicos y de ayuda a los más desfavorecidos, lo que le permiten contar
ahora con una importante base social. ¿Quiere un ejemplo entre miles? ¿A su
juicio quién recibe 90% de la ayuda que Washington otorga a Egipto? Pues las
organizaciones islamitas de ese país...
-
¿Aun ahora?
Aun ahora.
Pero
no pasa un día sin que las autoridades norteamericanas denuncien a esas
organizaciones caritativas islámicas como peligrosos caldos de cultivo del
terrorismo...
- Todo eso es
mentira, hipocresía pura. En las últimas décadas Estados Unidos apoyó
financieramente, ya sea directamente, ya sea mediante Arabia Saudita y los
Emiratos, a miles de islamitas. Los protegió diplomática y políticamente. Los
entrenó. Los organizó. Los formó para ser terroristas. Por supuesto, no para
ser terroristas contra Estados Unidos, sino contra la izquierda de los países
árabes y contra los regímenes moderados de estos países.
¿Cuál es el
objetivo del terrorismo en Egipto? Debilitar al gobierno de Mubarak, del que
disto de ser partidario, y obligarlo a arrodillarse más ante Estados Unidos e
Israel. ¿Cuál es el objetivo del terrorismo en Argelia? Impedir la
cristalización de una fuerza democrática que podría ser una auténtica
alternativa a la dictadura corrompida de los generales del exFLN (Frente de
Liberación Nacional). El principal apoyo que reciben los grupos islamitas
armados argelinos viene de Estados Unidos.
¿Usted
recuerda el primer atentado contra el World Trade Center en 1993? Entre los
acusados se encontraban egipcios que habían logrado obtener su residencia en 48
horas ¡Un récord! Lograron escapar de los servicios de inteligencia estadunidenses
y regresaron a Egipto. La policía los detuvo en el aeropuerto y los devolvió a
Estados Unidos. Un poco más tarde, la prensa egipcia publicó la carta que había
enviado el jefe de la policía a las autoridades estadunidenses. En sustancia,
esa carta decía: 'Les devolvemos a sus agentes, que habíamos identificado como
terroristas desde hace tiempo. Les pertenecen. A ustedes les toca juzgarlos'.
¡Más claro no canta un gallo!
Repito: desde
la creación del Congreso Islámico Mundial, Estados Unidos no ha dejado de
apoyar al islamismo político, ya sea abiertamente, ya sea a través de la CIA.
Es un hecho comprobado. Allí está la historia de Osama Bin Laden. Es
arquetípica. Washington no actuó de esa forma solamente en el marco de la
Guerra Fría, como lo afirman quienes buscan minimizar la responsabilidad
norteamericana en ese asunto.
-
No se puede negar que hasta el derrumbe de la Unión Soviética esa dimensión de
la Guerra Fría tuvo su importancia en la estrategia estadunidense.
- No lo niego,
pero fue sólo una dimensión del problema. Al instrumentalizar el islamismo,
Estados Unidos buscó contrarrestar cualquier movimiento de liberación nacional,
pero también cualquier gobierno burgués liberal y, por supuesto, nacional
populista. Hay que recalcar esa complicidad que existe desde hace décadas entre
el imperialismo estadunidense y el islamismo político ultrarreaccionario.
Fines
ocultos
-
¿Cómo explica entonces los atentados del 11 de septiembre?
Mientras no
tengamos los documentos desclasificados de la CIA —¿los tendremos algún día?—
es imposible explicarlos. Sólo podemos hacer hipótesis. Fíjese, en numerosos
países árabes y de África se maneja, tanto en la clase política e intelectual
como en la prensa seria, no la amarillista, una tesis que es absolutamente tabú
en Occidente: la de un posible papel de la CIA o del Mossad (servicios de
inteligencia israelí) en ese asunto ¡Cuidado! No se sugiere que uno de esos
servicios secretos organizó los atentados, pero que quizá, de una forma u otra,
estaba al tanto de que algo se preparaba, sin medir la naturaleza, la amplitud
y las terribles consecuencias de ese algo, y que decidió no intervenir... Hay
otra tesis, tabú también en Occidente, que alude a una posible complicidad
estadunidense, ya sea en los servicios de inteligencia, ya sea en el aparato
militar de Estados Unidos...
-
Si menciona esas tesis es que no las descarta del todo, que no le parecen tan
descabelladas...
- Me dejan
pensativo. Estados Unidos tiene una estrategia hegemónica sistemática. Primero
define metas geoestratégicas y después se las arregla para encontrar una
situación que le permita echar a andar su proyecto. Recuerde lo que pasó justo
antes de la Guerra del Golfo. Sadam Hussein habló con la embajadora de Estados
Unidos y le dijo que ya no podía más con Kuwait, que le robaba su petróleo. Le
anunció que se aprestaba a invadir militarmente a ese país. La embajadora le
pidió 48 horas. Dos días después volvieron a hablar. La embajadora explicó a
Hussein que ningún tratado de ayuda mutua ligaba a Estados Unidos y Kuwait.
Hussein supuso que la embajadora había consultado con Washington e invadió
Kuwait. Cayó en la trampa.
-
Entonces usted no descarta alguna maquinación...
- Finalmente,
¿qué importancia tiene que descarte o no una u otra hipótesis? ¿Quién sabe
quién está detrás de los atentados del 11 de septiembre? El hecho es que
Estados Unidos tomó de inmediato esa oportunidad para lanzarse a la guerra de
Asia Central.
-
¿Quiere decir de Afganistán?
- No. No me
equivoqué. Es adrede que digo guerra de Asia Central. En los últimos 10 años,
destacados expertos estadunidenses han publicado un sinnúmero de libros e
informes para explicar que Estados Unidos debe tomar el control de la Asia
Central exsoviética y del Cáucaso. Según algunos, resulta imperativo hacerlo
para apoderarse del petróleo y del gas del Mar Caspio. Para otros, entre ellos
muchos militares, implantarse en forma duradera en el corazón de Eurasia es
clave porque permitirá a Estados Unidos atenazar a tres países importantes:
Rusia, China e India. Los dos últimos, y quizá mañana Rusia, si logra salir del
caos en el que se encuentra, tienen la capacidad de resistirse a la
globalización transnacional que Washington pretende imponer en el planeta. Eso
obstaculiza los planes estadunidenses.
Controlar el
petróleo y el gas de Asia Central no es sólo rentable económicamente, puede
resultar un arma de presión poderosa. China e India necesitan esos energéticos,
dependen cada vez más de ellos. Si se muestran demasiado recalcitrantes o
independientes, Washington cerrará las llaves del gas y del petróleo...
Al consolidar
su implantación en la región, Estados Unidos podrá, además, sembrar cizaña
entre China y Rusia o India y China, para evitar un eventual acercamiento
estratégico entre esos países.
-
Esa presencia estadunidense en Eurasia parece inquietar mucho a Irán...
Le sobran
razones a Irán para angustiarse, porque se siente cercado. Una vez instalado en
Asia Central, Estados Unidos podrá también acorralar aún más a Irak y presionar
más a Siria y Egipto. Esa perspectiva llena de satisfacción a Israel.
El
imperialismo colectivo
En
su libro El hegemonismo de Estados Unidos y el desvanecimiento del proyecto
europeo, publicado hace dos años en Francia y el año pasado en España, usted
explica que, con la Guerra del Golfo, Estados Unidos inauguró una tercera fase
de conquista imperialista del planeta...
La primera se
dio en los siglos 17 y 18, con la conquista de América y la trata de negros. La
segunda se desarrolló en el siglo 19, con la conquista de África y Asia.
Después hubo una contraofensiva de los pueblos: independencia americana,
revolución de los esclavos haitianos, grandes movimientos de liberación
nacional en Asia y África... Ahora estamos entrando en la tercera fase, a la
que defino como el imperialismo colectivo de la triada.
-
¿Estados Unidos, Europa y Japón?
Exactamente.
Hoy va imponiendo su ley el capital transnacional y multinacional
estadunidense, europeo y japonés, que a veces puede tener divergencias
mercantiles, pero que comparte intereses comunes frente al Sur. Ese
imperialismo de la triada necesita una punta de lanza para seguir imponiéndose:
es el papel que asume el hegemonismo estadunidense. Sin la fuerza militar de
Estados Unidos, el imperialismo de la triada no puede avanzar. Traté brevemente
el asunto en el libro que usted menciona y es el tema central del que acabo de
terminar.
-
¿Podría sintetizar su tesis?
El periodo que
siguió a la Segunda Guerra Mundial (1945-1980) se caracterizó por la hegemonía
de la izquierda. Eso se debió tanto a la doble derrota del fascismo y del viejo
colonialismo como a la victoria de la Unión Soviética. Se crearon sistemas de
regulación social: el welfare state en el mundo occidental, el sistema
soviético y las distintas variantes nacional-populistas en el Sur. Ese capítulo
de la historia ya se acabó. Las fuerzas que animaron esa etapa se erosionaron.
Su ocaso creó las condiciones para una ofensiva de la derecha. El momento
histórico que vivimos hoy es el del hegemonismo de la derecha, una derecha
brutal que moviliza todos los medios políticos y militares a su alcance para
imponer un nuevo orden económico y social.
Samir
Amin reflexiona unos segundos.
Ciertamente,
eso no es nuevo. Ya se dieron casos similares en la historia. Los últimos en
intentar imponer con la fuerza sus proyectos de 'nuevo orden' fueron la
Alemania de Hitler y el Japón imperial. Se toparon con la resistencia de los
pueblos y con otros imperialismos que aspiraban a la hegemonía. Después de la
Segunda Guerra Mundial, la existencia misma de la URSS obligó a Estados Unidos
a limitar sus ambiciones. Lo que resulta nuevo y sumamente peligroso hoy es que
Estados Unidos, que domina la triada, considera que ya no debe rendir cuentas a
nadie.
De una pila de
libros saca "El choque de las
civilizaciones", de Samuel Huntington. Es un libro muy revelador, dice
mientras lo hojea.
La tesis de
este hombre, que no es un universitario independiente, sino un funcionario al
servicio del stablishment estadunidense,
me recuerda "Mi lucha", de
Hitler...
-
¿Lo oí bien?
Sí. Me oyó
bien. Recurrir al racismo es ahora el medio que el bloque de la triada
imperialista decidió usar para consolidarse: los civilizados están amenazados
por los bárbaros (todos los pueblos de Asia y África, y quizá potencialmente
los rusos). En ese sentido, la temática de El choque de las civilizaciones me
hace pensar en Mi lucha. En ambos casos se acude a la misma lógica trivial: los
pueblos superiores (ayer los nazis, hoy los estadunidenses y los europeos)
tienen el derecho de someter a los pueblos salvajes a su dictadura. Los pueblos
superiores sólo pueden seguir gozando sus modos de vida privando a los demás de
cualquier esperanza de compartir sus ventajas. Es la lógica simple de un
racismo fundamental que se expresa con toda la vulgaridad de la que son capaces
Bush o Silvio Berlusconi. Mi lucha también fue un libro trivial y vulgar. De
allí sacó gran parte de su fuerza.
-
Es una comparación violenta.
No es mi
comparación la que es violenta, sino el contenido de ese libro y la ideología
republicana estadunidense, compartida o tolerada por los europeos, que son
violentos. Para lograr su cometido, los dirigentes del bloque occidental
piensan que no basta ese llamado descarado al racismo. Consideran, además, que
es urgente amordazar los movimientos sociales y políticos de resistencia que se
van consolidando en el seno mismo del Occidente civilizado. La lucha contra el
terrorismo les dio un pretexto de oro para hacerlo. Ya se asiste al
renacimiento del macartismo en Estados Unidos. Y en Europa las medidas muy
antidemocráticas tomadas contra el terrorismo pronto van a revertirse contra la
oposición al modelo neoliberal. Se empieza a satanizar a la corriente
antiglobalización. Se hacen amalgamas perversas entre la violencia de los
enfrentamientos entre manifestantes antiglobalización y policías y los
operativos terroristas... Berlusconi es un experto en ese campo. Pero no es el
único.
Me imagino que
el tema será ampliamente debatido en el Segundo Foro Social Mundial, que empezará
a finales de enero en Porto Alegre.
Por supuesto.
La estrategia de construcción de un frente internacional de los pueblos contra
el proyecto de la triada y el hegemonismo norteamericano exige que el combate
sea sistemático, a la vez contra el liberalismo económico y contra la guerra.
Para nosotros resulta evidente que la globalización neoliberal y la
militarización de esa forma de globalización se han vuelto inseparables.
No se puede
luchar solamente contra una u otra dimensión del liberalismo económico en los
centros del sistema (Estados Unidos o Europa) y pasar por alto las
intervenciones militares en las periferias. Esas intervenciones no responden a
una lógica independiente; por el contrario, son parte integrante del despliegue
de la economía liberal.
CHISPA –R
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